Las causas son múltiples: aumento de la población mundial;
economías de escala ejecutadas por la pesca industrial (economías que no tienen
en consideración los costes ambientales y sociales) que permiten un más amplio
acceso a este alimento; incremento del poder de adquisición en los países
emergentes; un mayor atractivo nutricional del pescado. Frente a la creciente
demanda y a partir de los prodigiosos progresos tecnológicos del sector, la
pesca se ha transformado en una colosal industria mundial que, si bien no
cuenta con más allá de algún millar de naves industriales, está en grado de
modificar radicalmente el equilibrio natural de los ecosistemas marinos,
privando así a la naturaleza de la capacidad de renovar los recursos propios.
Los ambientes científicos, y asimismo los políticos
(incluida la Banca Mundial que, en verdad, jamás se ha distinguido por sus
tomas de posición en defensa de la naturaleza), reconocen unánimemente que el
capital natural de la fauna marina, incluidos los peces consumidos por el
hombre, sufre asaltos intolerables.
El aumento de la potencia efectiva de la pesca no ha venido
acompañado de incremento alguno en la producción mundial desde hace diez años.
Por otra parte, el estancamiento, por no decir la disminución, de las capturas,
enmascara una evolución de importancia capital: los peces de talla pequeña
(incluidos los ejemplares no adultos) y las especies en el inicio de la cadena
alimentaria –frecuentemente desechados por su escaso interés comercial-
componen una parte creciente de lo pescado.
Y sin embargo, los gobiernos (sobre todo asiáticos, pero
también europeos), con la ayuda de ruinosas subvenciones, siguen prestando su
apoyo, hasta los límites de lo absurdo, a flotas industriales, que con
frecuencia actúan sin control y cada vez más alejadas de las aguas nacionales.
Respecto de las dimensiones del planeta, hoy se hallan en función
el doble de pesqueros de los que consentiría un desarrollo sostenible y
armonioso del sector. Algunos de estos pesqueros son autenticas industrias en
mar abierto: utilizan sonar, aviones y plataformas de satélite para localizar
los bancos de peces, sobre los que se lanzan de inmediato con redes de deriva o
palangres de bastantes kilómetros de longitud dotados de millares de anzuelos,
y están en condiciones de tratar los pescados, congelarlos y embalarlos. Los
pesqueros más grandes, que alcanzan los 170 metros de eslora, tienen una
capacidad de almacenamiento en mar equivalente a varios Boeing 747. Las naves
más grandes y más apartadas de la pesca sostenible son las de la ex URSS,
especialmente de la Federación Rusa y de Ucrania, las que navegan bajo banderas
de conveniencia como Belice o Panamá, o aun las naves piratas, sin bandera
registrada, muchas de las cuales proceden de las flotas de la Federación Rusa,
del Japón, de Belice, de Panamá y de Honduras.
El problema de el exceso de pesca surge del hecho de que más allá
de las primeras 200 millas náuticas que trascurren a lo largo del litoral de un
país (zona de exclusividad económica de ese país), el acceso a los recursos no
está reglamentado. De esta forma, quien dispone de una embarcación puede ir a
pescar y explotar los recursos marinos. La Convención de las Naciones Unidas
sobre los derechos del mar (que entró en vigor en 1994), condiciona la libertad
de pesca en alta mar a la disponibilidad de los Estados a cooperar entre ellos
para garantizar la conservación y una sana gestión de las reservas ícticas,
pero estas disposiciones actualmente no son sino buenos propósitos.

ojitos chiquititos
ResponderEliminarojitos chiquititos
ResponderEliminarme ayudó bastante gracias
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